Este es un pequeño artículo en el que se recogen un buen número de motes y apodos populares utilizados en Villanueva de la Serena para denominar e identificar a personas y familias, como se hace desde siempre en muchos pueblos de España, en algunos incluso se ha llegado a editar guías telefónicas usando los apodos en lugar de los nombres y apellidos para hacer más fácil la identificación de los vecinos.
No hay mala intención en este artículo, no hay interés alguno en ofender a nadie , y si lo hago, pido disculpas de antemano. De hecho, también incluyo los motes de mi familia (”Los Coroneles” y “Los Paulitos”), aunque éstos no son ofensivos, la verdad. Este artículo sólo pretende recoger estos apelativos porque son llamativos la mayoría de ellos, y en muchos casos muy graciosos. Los más jóvenes y los que ya no lo somos tanto nos reímos mucho con algunos apodos especialmente ocurrentes, también sin ánimo de hacer daño, porque de hecho, lo hacemos sin pensar en las personas designadas por ellos, ya que a muchas, ni las conocíamos. Los mayores los usan de otra forma, lo hacían para identificar a una persona determinada, pero en muy pocos casos, estoy seguro, con mala intención.
Desde luego, no pretende ser ni un estudio lingüístico (no tengo formación suficiente para hacerlo) ni un estudio exhaustivo , pues esta recopilación ha nacido de las charlas familiares con los mayores de mi familia y con los de la familia de mi mujer así como de la colaboración amable de algún amigo. Todos ellos aparecen citados en los agradecimientos. En fin, ha nacido de mi curiosidad por tan curiosos apelativos, por querer saber de dónde nacieron, hasta dónde se extienden sus ramificaciones familares, si los jóvenes de esas casas se sienten identificados con esos motes, etc. De todo ello, quien quiera darme alguna información, ésta será siempre bienvenida.
Curiosidades y algunas interpretaciones
He aquí una serie de curiosidades y de posibles interpretaciones con respecto al significado de los apodos recogidos en este artículo. Aquí sólo puedo hacer suposiciones, como he dicho anteriormente si alguien puede aportar algún dato más, sería muy de agradecer.
Por ejemplo, he apreciado que hay muy pocos apodos relacionados con temas sexuales, y además no estoy seguro de que los que me ha parecido que tienen esa procedencia la tengan realmente. Entre estos quizás puedan nombrarse: “La Trasfollá”, “La Maricona”, o “El Chocha”.
De los que sí que hay bastantes son los de temática escatológica: “Los Caca”, “Cagueta” o “La Cagona”; y también los relacionados con cierta aprensión a la higiene: “La Pringue”, “La Culopuerco”, “La Jedores”, “La Guarricha”.
Otro grupo destacable sería el referido a características o defectos físicos: “Milhombre”, “Medio Litro”, “El Gigante”, “La Colorá”, “El Tapón”. Otro, el relacionado con defectos psíquicos: “Talento”, “La Gazpacha”, “La Taruga”, “El Dormío” -apréciese la ironía en ambos grupos-.
Otros apodos parecen proceder de costumbres o de comportamientos llamativos: “La Mirona”, “La Hija” (se supone que repetía continuamente esta palabra, como coletilla en las frases: ” … pues hija,…”. Aquí, en este mismo sentido, podríamos quizás mencionar a “Mivida”.
En bastantes de ellos llama la atención la pronunciación típica de Villanueva y comarca: “La Jilacha” en lugar de “Hilacha”, “La Jocica” por “Hocica”, “La Malpeiná” por “Malpeinada”.
Es evidente que muchos motes tienen que ver con las profesiones: “La Alpargatera”, “La Cabrera”, “La Jabonera”, “El Tinajero”, “Los de la Lana”, “Los Picapedreros”, etc. Éste quizá sea el grupo más abundante, y quizás más interesante, por cuanto nos aporta bastante información sobre profesiones que hoy en día han desaparecido de nuestra tierra, y que son ya parte de la historia.
Otros muchos tiene que ver con los apellidos o los nombres de algún ancestro: “Las Barquitas” (eran Barco de apellido), “Los Mata” (nietos de Juan Mata), o “Los Paulitos” (mi bisabuelo se llamaba Pablo y eran, la mayoría de ellos, de reducido tamaño).
Con la procedencia geográfica también podía hacerse un grupo más o menos numeroso: “La Calabazona” (de Don Benito), “La Maragata” (de la comarca de La Maragatería -creo que se llama así esa comarca-, “Los Coroneles” (de La Coronada), “Los Jabeños” (de La Haba) o “El Campanario/a”, “El Valenciano”. Las procedencias de otros son lejanas: “El Habanero”, “La Gringa” o “Las Cubanitas”, tienen incluso cierto tinte literario, como algún otro, que no tiene que ver con la procedencia geográfica, “La Malavida”, por ejemplo. Otros que recuerdan la procedencia geográfica (”Los Chinos”, “La Morita” o “El Judío”), a mi entender, no dicen nada en realidad de su procedencia y sí probablemente de su parecido físico con personas de estas procedencias.
Por último, con respecto a las curiosidades, he notado que hay un número de motes equivalente para mujeres que para hombres: 86 frente a 88. Sin embargo, cuando se trata del plural, o sea, cuando se hace referencia a la familia por el mote, la mayoría de las veces es masculino 47 frente a 21; aunque a mi entender, el plural masculino no es destacable , ya que habitualmente los plurales genéricos son masculinos (se dice por ejemplo: “en casa somos cinco hermanos; tres hermanas y dos hermanos”), y sí lo hace el que el plural sea femenino, si llama la atención; por ejemplo, si nos fijamos en “Las Gatitas”, ¿por qué en femenino?, ¿es que eran o son más mujeres que hombres en la familia?, ¿o son sólo mujeres?, ¿o es que son las únicas, las mujeres de la familia, las que tienen alguna característica que recuerde a los felinos?
Son en total 242 motes los recopilados; una lista abierta en realidad, que puede ser completada por muchos de nuestros mayores.
A continuación se exponen todos los que hemos conseguido recopilar; agrupados por sexo, primero hombres, en singular, después mujeres, también en singular, después los de éstas mismas en plural, y por último los de los hombres en plural; podríamos haber hecho estas agrupaciones según la etimología, lo que habría sido más interesante, aunque realmente mucho más difícil; lo dejo para algún erudito.
Los Motes:
Barbancho, Bigote, Bugui o Booguie (Pepito Bugui), Cagueta, Calambuco, Calzoneta, Capricho, Carchena, Colorines, Chirri, Clarín, Corchete, El Alacrán, los Alacranes, El Albardero, El Beato, El Campano, El Cardillito (y Las Cardillitas), El Chato, El Chicha, El Chocha, El Civilillo, El Coleto, El Cuenco, El de las Manos Grandes, El Divertío, El Dormío, El Durazno, El Gallinero, El Gargantillo o Gargantito, El Gato, El Gigante, El Gilito, El Habanero, El Judío, El Lagarto, El Lavanderillo, El Monjero, El Morón, El Olivero, El Palomillo, El Pantera, El Pastorcillo (las Pastorcillas), El Pecoso, El Perrero, El Pichita, El Piculín, o la Piculina, Piquito, El Porra, El Porro, El Quitapena, El Rabioso, El Ramito, El Redomao, El Redondo, o la Redonda, El Retuerto, El Roío, El Rubio (Pepe El Rubio), El Rubito, El Serrucho, El Sevilla, El Tapón, El Tinajero, El Tinajita, El Tío Pijo, El Tolové, El Tonelero, El Tórtola, El Tumba, El Valenciano, El Vivillo, Luchana, Luis Ratón, Marchena, Medio Litro, Milhombre, Morrete, Naranjito, Ojo Uva, Paja Larga, Pajarito, Pancho, Patanafre, Penalti, Petronilo, Pijolo, Piojito, Pirri, Porrilla (José Porrilla), Purillos/as, Relámpago, Talento, Zamorita, Zarra, Zuro (Paco Zuro), La Acea, La Aleja, La Alpargatera, La Bocafresca, La Botera, La Cabrera, La Cagancha, La Cagona, La Calabazona, La Campanaria, La Cañera, La Capitana, La Carabinera, La Cardita, La Chalana, La Chaluca, La Chamarreta, La Chela, La Colorá, La Culopuerco, La Exprés, La Forgalla, La Gabina, La Garmaza, La Gazpacha, La Gringa, La Guarricha, La Guinda, La Gurrumbela, La Hija, La Huespeda, La Jabonera, La Jamona, La Jedores, La Jilacha, La Jocica, La Jorja, La Lorita, La Machaíta, La Machaquita, La Malavida, La Malpeiná, La Manzanita, La Maragata, La Maricona, La Medioverano, La Merota, La Mirona, La Moñúa, La Morcilla, La Morenilla, La Morita, La Mosquilla, La Nananino, La Negra, La Ochavita, La Olivara, La Paloma, La Pañera, La Pata, La Pavita, La Pelicana, La Pellejera, La Pendeja, La Perica, La Pescaora, La Picapedrera, La Pola, La Polla o la Pollita, La Pringue ó Pringue -a secas-, La Ranita, La Rata Pelá (o las Ratas), La Reina, La Remolina, La Ruiza, La Sacristana, La Sevillana, La Tarrina, La Taruga, La Tilera, La Tocinita, La Trasfollá, La Urdiera, La Valera, La Zapatita, Monacilla, Moñogordo, Las Barquitas, Las Casablanca, Las Chaparrúas o los Chaparrúos, Las Chorras, Las Colorás, Las Cornetas, Las Corujillas (o las Corujas), Las Cubanitas, Las Cuencas, Las Currajas, Las Dibujas, Las Esparteras, Las Ferrelas, Las Gatitas o los Gatitos, Las Mayitas, Las Molineras, Las Mompora o las de Mompó, Las Moñinas, Las Pastoras, Las Porras o las Porritas, Las Serranas, Los Borjitas, Los Bacinillas, Los Berrendos, Los Caballistas, Los Caca, Los Cachurrines, Los Camisones, Los Caraciolos, Los Carneburro, Los Cartabones, Los Casaítos, Los Cavitos, Los Chavitos, Los Chica, Los Chinos, Los Chocolatitos, Los Chorros, Los Cincuenta, Los Coloraos, Los Colores, Los Colorines, Los Cordobitas, Los Coroneles, Los Cucharillas, Los de la Lana, Los del Carro, Los Feos, Los Jabeños, Los Juanacos, Los Mangarra, Los Mata, Los Mivida, Los Mosqueteros, Los Palillos, Los Panduros, Los Papas Crúas, Los Paulitos, Los Pelotas, Los Pelucas, Los Picapedreros, Los Preciosos, Los Regaña, Los Repeones, Los Risquera, Los Santitos, Los Tocinitos, Los Tormenta, Los Villanueva,
jueves, 31 de julio de 2008
BOMARZO EXISTE
Fue un descubrimiento primero impactante y posteriormente frustrante. Gracias a Internet, tenemos el mundo entero al alcance de un golpe de tecla. Un día me dio por teclear “Bomarzo” para ver si existía algo así de verdad. Sí, existía; tal como lo describía Manuel Mújica Laínez. Bomarzo es real, se emplaza cerca de Roma. Pero las imágenes que vi no alcanzaban ni de lejos a la hermosura del sitio que dibuja el escritor a lo largo de las casi setecientas páginas de la novela que lleva ese título. Es increíble que aunque hable mil veces de la hermosura de Bomarzo, del aliento que exhala la tierra, de la herencia etrusca que palpita en ese lugar, o de los muros del castillo, de las galerías, o de la reverberación del aire transparente de ese entorno del Lazio italiano, o del sacro Bosque de los Monstruos que el protagonista de la novela hizo erigir allí; aunque lo cuente mil veces, no te cansa. Eso, para quienes nos gusta escribir, nos tenemos sólo por unos aficionados y sabemos cuáles son las dificultades de ese oficio (entre otras la de repetirse y aburrir); eso, decía, es auténtica maestría.
Lo hace tan bien que te mete dentro una especie de nostalgia por ese lugar, una evocación tan plena, que te hace desear conocerlo y sentir así de profundamente como lo siente Pier Francesco Orsini, el Duque de Bomarzo, las piedras antiguas de su tierra. Hasta el nombre te suena bien; no te cansas de repetirlo. Hasta se puede instaurar en tus semanas un “momento Bomarzo”; los sábados y los domingos por la mañana temprano antes de que se despierte la turbamulta, en absoluto silencio y casi a escondidas, leyendo y cansándote de oír una y otra vez Bomarzo, Bomarzo, Bomarzo.
Así que cuando vi las fotografías del Sacro Bosque de los Monstruos de Bomarzo me quedé completamente defraudado, y comprendí, una vez más, el poder de la literatura, el de describir o contar un suceso, un lugar, una historia, como nunca lo puedes ver en la realidad. Con la pintura sucede igual; el buen pintor te hace ver la realidad mejor (o de otra forma, no tiene por qué ser mejor) que la propia realidad.
Repite mil veces también la imagen de la joroba de Pier Francesco Orsini, cuyo nombre pude ver también, gracias a Internet, en una inscripción en la entrada de aquel lugar. No te aburres de leerlo mil veces; lo que consigue con ello es obsesionarte como lo estaba el portador de esa deformidad. Y cómo siente Manuel Mújica Laínez el agobio de tenerla sin tenerla. Me refiero a la joroba. Para hacer sentir tan intensamente algo así parece necesario haberlo sufrido; pero claro, eso es necesario quizás para nosotros los mortales; para él no, él es eterno gracias a sus obras maestras.
Como también lo quería ser Pier Francesco. Quería ser eterno, lo buscaba sin cesar. Es curioso, pero aquello que parece obsesionar más al personaje -además de su joroba-, finalmente el escritor, sin quererlo, también lo ha alcanzado; ser inmortal. O quizás sí que lo quería, porque de nuevo, habla con tanto conocimiento de la eternidad, de los sentimientos del que la busca hasta la desesperación, que seguro que es un asunto que al propio escritor le obsesionaba también (en otra de sus novelas, El Unicornio, se ocupa, largamente de otro ser inmortal, del hada Melusina). Él, Manuel Mújica, su obra, sus pensamientos, su forma de ser y sentir, son inmortales, aunque seguro que no puede disfrutar de ello; esa es la pena.
Sus fantasías son ensoñaciones de niños, aunque estén dentro de novelas para adultos; no morir nunca, ser invisibles, volar a ras de suelo; sueños infantiles en libros adultos; quizás se necesite tener una mente un poco infantil para valorar toda la esencia de Bomarzo o de El Unicornio. Pero la recreación que hace de aquel tiempo es tan prolija, hace un estudio tan profundo, una descripción tan plena del Renacimiento italiano y europeo, siente tan dentro la suavidad del mármol con que se fabricaron las esculturas magníficas de Miguel Ángel Buonarotti, la profundidad de las pinturas de Lorenzo Lotto, de Tiziano, la delicada orfebrería de Benvenuto Cellini, o retrata tan bien la majestad de Carlos Quinto o Juan de Austria, de los Médicis, los Colonna, los Farnese, los Orsini, cómo no, dibuja tan intensa y descarnadamente la vida palaciega, se sumerge tan profundamente en ese tiempo disoluto de meretrices, bufones, brocados, armaduras, halcones, de cardenales y papas omnipotentes, de asesinatos, de lujos y miserias, de lirismo y zafiedad, se escapa tanto de la sencillez infantil, que parece muy lejana la novela de ese mundo de niños; sólo un adulto paciente y reposado, pero fantasioso e inocente, puede adentrarse con plenitud en las maravillosas páginas de Bomarzo.
A alguien así se le erizará la piel cuando lea la descripción de los leopardos sinuosos que desfilan, junto al elefante Annone y a los esclavos negros por Florencia, o entenderá la paz del sufriente Vicino, de Pier Francesco Orsini, acunado por su abuela Diana, aspirando “el perfume que emanaba de su seno” acogedor. Se estremecerá con la imagen de los demonios que pasean libremente por las páginas y los caminos de Bomarzo, o la de las harpías y endriagos, las ninfas y los sátiros. Se detendrá y releerá, cuando pase por “la tarde rumorosa de pájaros”, o por el “estremecimiento de lagartijas” o a través “de la maleza huraña”, o de “la crepitación de cigarras y grillos”. Se quedará quieto y en silencio, intentando quedarse en esos instantes, como el que mira y remira una obra de arte tratando de encontrar qué es lo que la hace tan hermosa o tan sobrecogedora. Volverá sobre las palabras, que adornan como pinceladas de color, de delicados matices, Bomarzo, e intentará aprehender esos momentos fugaces y quedárselos para sí como si fueran algunas de las joyas del orfebre Cellini.
El Sacro Bosque de los Monstruos de Bomarzo existe. También Pier Francesco Orsini existió, aunque su vida seguramente no se pareció a la apasionada vida ficticia que recreó Manuel Mújica Laínez. Mezcló ese personaje con otros reales como Pier Luigi Farnese, o Hipólito de Médicis, o Andrea Doria, o el propio Miguel Ángel Buonarotti, que acababa entonces de pintar la Capilla Sixtina, o, incluso, Miguel de Cervantes, que también se desliza por las páginas de la novela, en una de los cientos de naves que acudían desde España, y que se reunían con las naves italianas, a la lucha contra el turco en el Golfo de Lepanto, y que casualmente se encontró con el Duque Orsini. Qué suerte la del escritor, poder manejar a estos fantásticos personajes a su voluntad y hacernos sentirlos personas reales, no sólo aburridos nombres en los pesados y soporíferos libros de Historia; cualquiera diría que a ellos también los ha hecho renacer; quizás sea verdad que tiene en sus manos el poder de manejar el tiempo a su voluntad.
Lo hace tan bien que te mete dentro una especie de nostalgia por ese lugar, una evocación tan plena, que te hace desear conocerlo y sentir así de profundamente como lo siente Pier Francesco Orsini, el Duque de Bomarzo, las piedras antiguas de su tierra. Hasta el nombre te suena bien; no te cansas de repetirlo. Hasta se puede instaurar en tus semanas un “momento Bomarzo”; los sábados y los domingos por la mañana temprano antes de que se despierte la turbamulta, en absoluto silencio y casi a escondidas, leyendo y cansándote de oír una y otra vez Bomarzo, Bomarzo, Bomarzo.
Así que cuando vi las fotografías del Sacro Bosque de los Monstruos de Bomarzo me quedé completamente defraudado, y comprendí, una vez más, el poder de la literatura, el de describir o contar un suceso, un lugar, una historia, como nunca lo puedes ver en la realidad. Con la pintura sucede igual; el buen pintor te hace ver la realidad mejor (o de otra forma, no tiene por qué ser mejor) que la propia realidad.
Repite mil veces también la imagen de la joroba de Pier Francesco Orsini, cuyo nombre pude ver también, gracias a Internet, en una inscripción en la entrada de aquel lugar. No te aburres de leerlo mil veces; lo que consigue con ello es obsesionarte como lo estaba el portador de esa deformidad. Y cómo siente Manuel Mújica Laínez el agobio de tenerla sin tenerla. Me refiero a la joroba. Para hacer sentir tan intensamente algo así parece necesario haberlo sufrido; pero claro, eso es necesario quizás para nosotros los mortales; para él no, él es eterno gracias a sus obras maestras.
Como también lo quería ser Pier Francesco. Quería ser eterno, lo buscaba sin cesar. Es curioso, pero aquello que parece obsesionar más al personaje -además de su joroba-, finalmente el escritor, sin quererlo, también lo ha alcanzado; ser inmortal. O quizás sí que lo quería, porque de nuevo, habla con tanto conocimiento de la eternidad, de los sentimientos del que la busca hasta la desesperación, que seguro que es un asunto que al propio escritor le obsesionaba también (en otra de sus novelas, El Unicornio, se ocupa, largamente de otro ser inmortal, del hada Melusina). Él, Manuel Mújica, su obra, sus pensamientos, su forma de ser y sentir, son inmortales, aunque seguro que no puede disfrutar de ello; esa es la pena.
Sus fantasías son ensoñaciones de niños, aunque estén dentro de novelas para adultos; no morir nunca, ser invisibles, volar a ras de suelo; sueños infantiles en libros adultos; quizás se necesite tener una mente un poco infantil para valorar toda la esencia de Bomarzo o de El Unicornio. Pero la recreación que hace de aquel tiempo es tan prolija, hace un estudio tan profundo, una descripción tan plena del Renacimiento italiano y europeo, siente tan dentro la suavidad del mármol con que se fabricaron las esculturas magníficas de Miguel Ángel Buonarotti, la profundidad de las pinturas de Lorenzo Lotto, de Tiziano, la delicada orfebrería de Benvenuto Cellini, o retrata tan bien la majestad de Carlos Quinto o Juan de Austria, de los Médicis, los Colonna, los Farnese, los Orsini, cómo no, dibuja tan intensa y descarnadamente la vida palaciega, se sumerge tan profundamente en ese tiempo disoluto de meretrices, bufones, brocados, armaduras, halcones, de cardenales y papas omnipotentes, de asesinatos, de lujos y miserias, de lirismo y zafiedad, se escapa tanto de la sencillez infantil, que parece muy lejana la novela de ese mundo de niños; sólo un adulto paciente y reposado, pero fantasioso e inocente, puede adentrarse con plenitud en las maravillosas páginas de Bomarzo.
A alguien así se le erizará la piel cuando lea la descripción de los leopardos sinuosos que desfilan, junto al elefante Annone y a los esclavos negros por Florencia, o entenderá la paz del sufriente Vicino, de Pier Francesco Orsini, acunado por su abuela Diana, aspirando “el perfume que emanaba de su seno” acogedor. Se estremecerá con la imagen de los demonios que pasean libremente por las páginas y los caminos de Bomarzo, o la de las harpías y endriagos, las ninfas y los sátiros. Se detendrá y releerá, cuando pase por “la tarde rumorosa de pájaros”, o por el “estremecimiento de lagartijas” o a través “de la maleza huraña”, o de “la crepitación de cigarras y grillos”. Se quedará quieto y en silencio, intentando quedarse en esos instantes, como el que mira y remira una obra de arte tratando de encontrar qué es lo que la hace tan hermosa o tan sobrecogedora. Volverá sobre las palabras, que adornan como pinceladas de color, de delicados matices, Bomarzo, e intentará aprehender esos momentos fugaces y quedárselos para sí como si fueran algunas de las joyas del orfebre Cellini.
El Sacro Bosque de los Monstruos de Bomarzo existe. También Pier Francesco Orsini existió, aunque su vida seguramente no se pareció a la apasionada vida ficticia que recreó Manuel Mújica Laínez. Mezcló ese personaje con otros reales como Pier Luigi Farnese, o Hipólito de Médicis, o Andrea Doria, o el propio Miguel Ángel Buonarotti, que acababa entonces de pintar la Capilla Sixtina, o, incluso, Miguel de Cervantes, que también se desliza por las páginas de la novela, en una de los cientos de naves que acudían desde España, y que se reunían con las naves italianas, a la lucha contra el turco en el Golfo de Lepanto, y que casualmente se encontró con el Duque Orsini. Qué suerte la del escritor, poder manejar a estos fantásticos personajes a su voluntad y hacernos sentirlos personas reales, no sólo aburridos nombres en los pesados y soporíferos libros de Historia; cualquiera diría que a ellos también los ha hecho renacer; quizás sea verdad que tiene en sus manos el poder de manejar el tiempo a su voluntad.
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